Ha pasado una semana del fatídico terremoto de 8 grados que remeció casi todo el sur peruano y las escenas reflejan desolación para unos y desesperanza para otros. Hay más de 550 muertos y 1,800 heridos, y los rescatistas siguen encontrando cadáveres debajo de los escombros.
El departamento sureño de Ica, colindante con Lima, es el más castigado. Sus provincias de Pisco, Chincha y Nazca casi son ciudades desvastadas como aquellas bombardeadas en la segunda guerra mundial. Pueblos de la provincia limeña de Cañete son también ciudades en escombros.
“!Agua por favor!”, suplican algunas madres. “No hemos comido desde el miércoles, tenemos hambre”, reclaman unos niños. “La ayuda solo llega para los de la ciudad, pero en los asentamientos humanos no hay nada”, afirma un anciano. Ciudades enteras no tienen agua y miles de peruanos languidecen de sed. No hay agua para ellos.
La tierra sigue temblando mientras hacemos el reportaje. La gente corre nuevamente hacia los lugares de refugio y nadie sabe a ciencia cierta la cantidad de muertos. Siguen encontrando cuerpos y hay cientos de desaparecidos. En ciertos lugares los teléfonos aún no funcionan, no hay agua ni energía eléctrica.
Pero, no solamente son los departamentos de Ica y Lima, también están Ayacucho, Huancavelica y Arequipa como los más afectados. Sólo en Ayacucho, cuya de la libertad americana, recién se supo hoy que hubo más de 300 derrumbes que obstaculizaban la única carretera hacia ese departamento. Casi todos los sistemas de agua potable y alcantarillado han colapsado. Las pistas están agrietadas.
Aquellos que salieron ilesos acuden para donar sangre. Miles de heridos lo necesitan y el gobierno hizo un llamado a todos los peruanos para donar sangre.
Faltan ataúdes y muchos son identificados como “desconocidos”. Sin embargo, no pueden ser enterrados porque en los cementerios exigen las actas de defunción. La burocracia también es aliada de las desgracias. Por ahora, los cuerpos están expuestos en las plazas públicas o principales calles. Es insoportable pasar por ahí, porque el tiempo transcurrido contribuye con la descomposición orgánica. Los médicos y autoridades para evitar epidemia alguna autorizan los entierros. Los ataúdes están ahí, pero también faltan camiones para trasladarlos a los cementerios.
Empiezan los saqueos ocasionados por la necesidad de la gente. No tienen agua ni alimentos y aprovechan que los camiones están parados a kilómetros de la ciudad para asaltarlos y llevarse algunos productos. Las autoridades tampoco pueden detener el desborde social. No solamente son gente pobre, sino de otros estratos sociales. El hambre no tiene nombre ni condición social.
La ayuda solo está llegando a los centros urbanos, pero la periferia no tiene acceso a la ayuda gubernamental. Las calles están bloqueadas y los amigos de lo ajeno ya están operando. Aparte de los saqueos hay robos.
Algunos malos comerciantes han incrementado sus precios. El kilo de pollo que costaba 3.00 nuevos soles, ahora vale 9.00 nuevos soles. El kilogramo de azúcar subió de 2.50 nuevos soles a 6.00 nuevos soles. Las tiendas y bodegas no atienden al público, porque prefieren quedarse con sus productos para autoabastecerse.
También la gente sigue durmiendo en las calles, exponiendo su salud a las bajas temperaturas de las noches. El mar hace lo suyo y los fuertes oleajes siguen azotando el litoral peruano.
El departamento sureño de Ica, colindante con Lima, es el más castigado. Sus provincias de Pisco, Chincha y Nazca casi son ciudades desvastadas como aquellas bombardeadas en la segunda guerra mundial. Pueblos de la provincia limeña de Cañete son también ciudades en escombros.
“!Agua por favor!”, suplican algunas madres. “No hemos comido desde el miércoles, tenemos hambre”, reclaman unos niños. “La ayuda solo llega para los de la ciudad, pero en los asentamientos humanos no hay nada”, afirma un anciano. Ciudades enteras no tienen agua y miles de peruanos languidecen de sed. No hay agua para ellos.
La tierra sigue temblando mientras hacemos el reportaje. La gente corre nuevamente hacia los lugares de refugio y nadie sabe a ciencia cierta la cantidad de muertos. Siguen encontrando cuerpos y hay cientos de desaparecidos. En ciertos lugares los teléfonos aún no funcionan, no hay agua ni energía eléctrica.
Pero, no solamente son los departamentos de Ica y Lima, también están Ayacucho, Huancavelica y Arequipa como los más afectados. Sólo en Ayacucho, cuya de la libertad americana, recién se supo hoy que hubo más de 300 derrumbes que obstaculizaban la única carretera hacia ese departamento. Casi todos los sistemas de agua potable y alcantarillado han colapsado. Las pistas están agrietadas.
Aquellos que salieron ilesos acuden para donar sangre. Miles de heridos lo necesitan y el gobierno hizo un llamado a todos los peruanos para donar sangre.
Faltan ataúdes y muchos son identificados como “desconocidos”. Sin embargo, no pueden ser enterrados porque en los cementerios exigen las actas de defunción. La burocracia también es aliada de las desgracias. Por ahora, los cuerpos están expuestos en las plazas públicas o principales calles. Es insoportable pasar por ahí, porque el tiempo transcurrido contribuye con la descomposición orgánica. Los médicos y autoridades para evitar epidemia alguna autorizan los entierros. Los ataúdes están ahí, pero también faltan camiones para trasladarlos a los cementerios.
Empiezan los saqueos ocasionados por la necesidad de la gente. No tienen agua ni alimentos y aprovechan que los camiones están parados a kilómetros de la ciudad para asaltarlos y llevarse algunos productos. Las autoridades tampoco pueden detener el desborde social. No solamente son gente pobre, sino de otros estratos sociales. El hambre no tiene nombre ni condición social.
La ayuda solo está llegando a los centros urbanos, pero la periferia no tiene acceso a la ayuda gubernamental. Las calles están bloqueadas y los amigos de lo ajeno ya están operando. Aparte de los saqueos hay robos.
Algunos malos comerciantes han incrementado sus precios. El kilo de pollo que costaba 3.00 nuevos soles, ahora vale 9.00 nuevos soles. El kilogramo de azúcar subió de 2.50 nuevos soles a 6.00 nuevos soles. Las tiendas y bodegas no atienden al público, porque prefieren quedarse con sus productos para autoabastecerse.
También la gente sigue durmiendo en las calles, exponiendo su salud a las bajas temperaturas de las noches. El mar hace lo suyo y los fuertes oleajes siguen azotando el litoral peruano.
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