Tuesday, May 23, 2006

¿NACIONALIZACIÓN O INTEGRACIÓN DE AMÉRICA LATINA?

Las fricciones diplomáticas entre Lima y Caracas, las autodenominadas “nacionalizaciones” en Bolivia avaladas tácitamente por Brasil y Argentina, y la postura venezolana frente a la suscripción del TLC entre los Estados Unidos con Ecuador, Perú y Colombia, son síntomas que la integración regional pasa por momentos difíciles y que requiere en algunos casos de “cuidados intensivos”.  América Latina sigue siendo la gran patria de los pueblos andinos, amazónicos y mestizos, pero por concepciones ideológicas, los esfuerzos integracionistas tienen serias limitaciones. El sueño bolivariano sigue experimentando diversas metamorfosis de índole política, económica, racial y hasta religiosa. Desde que se firmó en Colombia el primer acuerdo de integración hemisférica en 1969, la entonces Junta del Acuerdo de Cartagena, se suscribieron varios tratados en el continente, algunos más exitosos que otros como el Tratado de Libre Comercio del Norte (Nafta por sus siglas en inglés) entre Estados Unidos, Canadá y México y el Mercado Común del Sur (Mercosur) suscrito por Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay.
Si entendemos que un acuerdo comercial tiene por finalidad transar bienes y servicios entre los países, facilitar las inversiones privadas y abrir nuevos mercados, estas realidades no se están dando en la región por varias razones. Primero, por las injerencias políticas del presidente venezolano Hugo Chávez en los asuntos internos de otros países.En segundo lugar, están las llamadas “nacionalizaciones” que está realizando el presidente boliviano Evo Morales, situación que no sólo afecta a su nación, sino a la región en general. Estas “nacionalizaciones” con tufillo a estatizaciones supone la participación directa del Estado, experiencia no tan grata en América Latina. El Perú sufrió en 1968 una situación parecida y lo único que provocó fue ahuyentar a las inversiones privadas, nacionales y extranjeras. En el caso boliviano, el grupo español Repsol-Yacimientos Petrolíferos Fiscales, principal inversionista que mediante su filial Andina controla desde 1997 el 25.7% de la producción del gas boliviano, ya no seguirá invirtiendo en Bolivia, país que tiene reservas de gas natural por unos 1,550 billones de metros cúbicos y es el segundo del continente después de Venezuela.

Un tercer elemento que pone en riesgo la integración regional son las propuestas de algunos líderes “nacionalistas” que están provocando la huída de capitales en América Latina. El peruano Ollanta Humala Tasso, el nicaragüense Daniel Ortega y el controvertido subcomandante Marcos del mexicano Frente Zapatista de Liberación Nacional, que se levantara en armas en el estado de Chiapas el 1 de enero de 1994, son algunas de esas voces que generan inseguridad jurídica en la región.

En cuarto lugar tenemos al eje político-ideológico La Habana-Caracas-La Paz creado recientemente como contraparte al Área de Libre Comercio de las Américas y al que gobernantes como Luiz Inácio Lula Da Silva de Brasil y Néstor Kirchner de Argentina no aceptan, ni tampoco rechazan. El reciente apoyo a las “nacionalizaciones” del presidente Evo Morales de Bolivia deja puertas abiertas a muchas especulaciones.

Ante este panorama, hay quienes ya están hablando de una segunda ola de nacionalizaciones comparable a la de los años 70. Lo que necesita América Latina es una integración económica y social que ayude a los gobiernos a combatir la pobreza y otras lacras sociales. Chile fue el primer país que se retiró del entonces Pacto Andino, y con un régimen social de mercado está logrando desarrollarse económicamente estando próximo a integrarse al Mercosur, no obstante tener un gobierno de filiación socialista. La integración debe propiciar la suscripción de diversos acuerdos comerciales como contraparte de las “nacionalizaciones” y debe contener programas sociales similares a la Alianza para el Progreso que patrocinó el expresidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy y otros proyectos similares para América Latina que implementaron James E. Carter y Bill Clinton, por coincidencia todos demócratas.

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